Muchas personas enfrentan un marcado pavor al interpretar canciones, particularmente frente a el público, ya que temen ser criticadas, incurrir en desaciertos o no cumplir con las exigencias personales o externas. Este miedo tiende a manifestarse en respuestas físicas como manos sudorosas, ritmo cardíaco acelerado y tensión en la garganta, lo que provoca aún más incertidumbre. Pero, es relevante aceptar que el pavor es una manifestación normal cuando nos aventuramos a una situación que consideramos exigente o significativa. Cantar implica mostrar una parte muy profunda de uno mismo, dado que la voz es un medio único que revela sensaciones e ideas. Al reconocer que el miedo nace de la necesidad de protección y de la necesidad de aceptación, nos abrimos a a actuar para liberarnos de esa pesadez y expresar nuestro real poderío musical.
El primer paso para vencer este miedo requiere reconocer que, efectivamente, padecer inquietud al interpretar canciones es normal y que no hay nada de lo que sentirse mal por sentir esos nervios. Al ser una acción tan artística, es plenamente comprensible que surjan cuestionamientos sobre la potencia del canto o si seremos capaces de respetar el nivel adecuado. Pero, cuando asimilamos que el miedo integra del sendero de mejora, le concedemos tomar un lugar legítimo sin dejar que se apropie de nuestro ejecución. A medida que interioricemos la incertidumbre y la angustia, seremos capaces de relativizar esas reacciones para que no nos paralicen. Dejar de rechazar el miedo y brindarle un espacio nos ayudará a gestionarlo con mayor entendimiento, y esa comprensión se manifestará en menos presión cuando nos presentemos ante el grupo o en cualquier situación que demande cantar.
También resulta determinante trabajar en la ejecución cantada y en la planeación anticipada. Muchas veces, el miedo deriva de la inseguridad que experimentamos respecto a nuestras destrezas o de la falta de pericia de ciertos elementos de la voz. Practicar prácticas respiratorias, entrenamiento de emisión y afinación de manera sistemática incrementa la certeza, pues no solo descubrimos a manejar mejor nuestro aparato fonador, sino que también desarrollamos la certeza de que, con persistencia práctica, podemos superar desaciertos y dificultades. Invertir tiempo a comprender las particularidades de nuestras cuerdas vocales nos permite modular mejor la resonancia, el nivel y la modulación, y esto disminuye el pavor a quedar en evidencia por una desafinación. El entrenamiento organizado y supervisado por un especialista o profesional vocal puede resultar de gran beneficio, ya que aporta una dirección confiable y comentarios objetiva para seguir avanzando.
Una alternativa significativa para dejar de sentir temor al cantar es enfocar la atención en el goce de la situación en lugar de la pulcritud. Muchas personas se obsesionan excesivamente con la necesidad de impecabilidad o de obtener un nivel impecable de actuación. Esto genera una angustia relevante, que alimenta el pánico a desacertar y a soportar críticas. No obstante, la música es también una forma de comunicar y un medio para unir con sentimientos internos. Al dirigir la atención en comunicar aquello que percibimos a través de la voz, controlamos la obsesión por el error y abrimos espacio a la originalidad. Deleitarse del presente, del momento en que el sonido se despliega y se expande, es liberador. Cuando nos permitimos explorar y disfrutar de la interpretación, somos conscientes que los desaciertos pueden llegar a ser momentos para crecer y que no tienen que definir nuestro mérito como cantantes.
La imaginación constructiva se ha transformado en un recurso muy difundido para superar el nerviosismo. Este método consiste en imaginar, con detalle y de manera consciente, la situación de canto de la forma más alentadora posible. Por ejemplo, podemos cerrar los ojos e evocar un momento en el cual todo ocurre de manera favorable, donde la voz fluye con soltura, la audiencia resuena con afecto y nosotros nos sentimos apacibles y afianzados. De esta forma, condicionamos la mente para aceptar esta experiencia como algo factible y menos amenazante. Al mismo clases de canto tiempo, se entrena el cuerpo para desarrollar una conducta serena ante lo que antes se consideraba como un riesgo. A través de la práctica diaria de la visualización, la mente se habitúa poco a poco a una concepción más optimista, reduciendo el nivel de ansiedad real que sentimos al enfrentar la situación. Con cada ejercicio de visualización vamos incorporando la idea de que cantar con confianza es realizable, incluso en presencia de cualquier reto.
Un elemento fundamental es la inteligencia emocional, ya que el resquemor al canto también puede estar vinculado a ideas autodestructivas o a historias anteriores que nos han dejado inseguridades. A veces, un juicio adverso de alguien cercano o un episodio en el que la voz desentonó se erigen en anclas de desconfianza que nos llevan a creer que no somos capaces de entonar con calidad o que no tenemos la suficiente importancia. Es indispensable aprender a identificar esas creencias y desafiarlas, comprendiendo que no definen nuestra capacidad presente. Podemos reconfigurar la mente con frases alentadoras, destacando los avances en cada paso del proceso y festejando los pequeños avances. Además, es beneficioso apoyarse de personas que apoyen nuestro desarrollo y no caigan en juzgar severamente, ya que un entorno de confianza y respeto puede ser el escenario adecuado para retarnos y superar los miedos.
La exposición frente a un auditorio íntimo es una herramienta valiosa poderosa para ir desensibilizando el temblor. Podemos comenzar entonando canciones para un grupo reducido de amigos o familiares que nos proporcionen confianza y cuya opinión sea sincera y respetuosa. Poco a poco, podemos extender ese círculo y atrevernos a compartir música en agrupaciones más amplias, o incluso en lugares con audiencia, pero siempre sosteniendo una actitud de aprendizaje y aprendizaje. El objetivo no es mostrar una interpretación sin fallas, sino familiarizarnos a la confrontación social, a vivenciar las impresiones de la gente y a modular el nerviosismo para que no perjudique de forma negativa nuestra voz. Con cada experiencia, iremos confirmando la seguridad de que somos capaces de afrontar la situación y, a la larga, el miedo se transformará en un impulso beneficioso que nos mantenga alerta, pero no frenados.
Por último, es importante asumir que sobreponerse al pavor de cantar no suele ser un resultado veloz, sino un recorrido prolongado. Habrá momentos en los que emerge inseguridad o en los que vacilemos de nuestra capacidad, y eso es parte del camino. Lo fundamental es ser constantes y cautos, aceptando que cada movimiento, por mínimo que parezca, nos aproxima a esa capacidad de revelar la voz sin miedo. Mantener una práctica estructurada con metas específicas, enriquecer la visión con ideas positivas y cultivar la disciplina vocal son acciones que se transforman en parte de un estilo de vida. Con el tiempo, a medida que adquirimos experiencia y nos vemos capaces de enfrentar diferentes situaciones, el miedo cede terreno y observamos que podemos disfrutar plenamente de lo que significa interpretar. Aunque el recelo nunca se elimine por completo, este se transforma en un cómplice que nos empuja a dar lo mejor de nosotros sobre el entorno o en cualquier circunstancia que exija expandir la voz. De esta manera, ejecutar vocalmente se vuelve una fuente de alegría, interacción sentimental y autoestima que puede acompañarnos a lo largo de nuestra vida.